Había una vez un paraguas que siempre se subía encima de una silla. A la silla, al principio, no le molestaba, pero pasaba el tiempo, y mientras más vieja se hacía más débil estaba. Así que le dijo un día al paraguas:
-¿Por qué no te subes en otra silla más joven y fuerte? Yo ya soy vieja y me molesta que estés todo el día encima mía.
-Porque quiero que seamos amigas.
-Pero... ¿Por qué no me lo has dicho?
-Porque me daba un poco de vergüenza.
-Pues..., ¡seamos amigas!
Y desde ese momento la silla y el paraguas fueron los mejores amigos.
(María Grau).
El paraguas contra la silla.
Esto era un día de verano caluroso. Juan venía del colegio y entró en su casa. Siempre había un paragüero, pero como era verano y no llovía no se utilizaban los paraguas. Comió, cogió una silla y se fue a su piscina. Un paraguas que había en el paragüero peleaba con la silla que siempre utilizaba Juan, decía:
-¡A ti siempre te utilizan y a mi sólo en invierno, si llueve !
-¡Ja, ja, ja, ja! ¡A ti nunca te utilizan y a mi sí!.- se reía la silla del paraguas.
El paraguas lloraba y lloraba. Hasta que un día la silla se sintió compadecida y le dio una buena idea al paraguas:
-Tengo una buena idea: tu puedes servir de sombrilla para que no le de el sol a Juan. Te subes a mi espalda y te utilizan en verano también igual que a mi.
-Es una buena idea. Vale, me subo a tu espalda.
A Juan le encantó la idea y utilizó al paraguas como sombrilla. Fuero amigos para siempre.
(José Manuel Sosa).
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